jueves, 1 de noviembre de 2012

Castanyada o Halloween?



-       Collons, nenes! Que me he confundido de salida y me he metido en Francia.

Margot y Camila rieron.

-       ¿Cuándo te has dado cuenta de que te habías pasado? –preguntó Margot.

-       ¿De qué diablos vas vestida? –a Camila se le habían puesto los ojos como platos.

-       ¡Coño! Pues cuando he empezado a ver letreros que estaban en un catalán que se parecía demasiado al francés. ¡Y voy de bruja, claro!

-       ¿Cómo que de bruja? ¡Si vas de reina como …

-       ¡Evidente nena! De madrastra de Blancanieves antes de repartir manzanas. ¡No esperarás que vaya de vieja desdentada, verrugona y de negro! Esto no va conmigo -respondió, alzando la nariz, Sarita.

-       Pero si hoy no es Carnestoltes! ¡Qué manía en querer cambiar las tradiciones! –protestó Margot.

Camila se echó a reír.

-       Muy propio de ti, Sarita.

-       Pero es Halloween, ¿no?
 
-       No, aquí es la Castanyada y no se cambia. De ninguna manera. –aclaró Camila.
-       Siempre puedes decir que vas de Elizabeth de Bathory. -añadió Margot.

-       ¿Qué, cómo, cualo?... ¡que se calle el perro, tú!

-       ¡Pobrecito Rínxols! Es muy protector y no le gustan los extraños.
 
 
Margot recogió a Rínxols, acariciándole.

-       ¿Nadie me ofrece algo para beber?

-       ¿Cola, zumo? –le ofreció Margot.

-       ¡Trae el porrón pa’cá y déjate de brebajes inmundos!

Sarita era un verdadero demonio; siempre tenía que alborotar todas las reuniones. Decía lo primero que le salía y a sus amigas les encantaba su espontaneidad. Camila le pasó un porrón lleno de vino tinto.

-       ¡Joder! ¡Cómo está este vino! Si se puede cortar.

-       ¿No te gusta?, ¿prefieres un Rioja? Algo tengo –repuso Margot.

-       ¡Ca! Me encanta, está de muerte. Y la pelirroja, ¿dónde anda?

-       Viene con Joan. Se ha quedado trabajando hasta última hora.

-       ¡Todo un director trabajando! ¡Qué cosas! ¿No se habrá puesto a vender panellets él mismo? … Oye, ¿no hay nada para ir acompañando el vino?

-        ¡Mira quién fue a hablar! La que no para nunca. … Mira, ahora llegan. Serán ellos, seguro.

-       ¿No viene nadie más?

-       No. Nosotros cinco con Rínxols y la tormenta que se avecina.

-       ¡Muy propio! –río Camila.

-       ¿Ningún tío?

-       Joan…

-       ¡¡ Baaaahhh!! ¡Éste no cuenta!

Marina y Joan entraron cargados con bolsas.

-       Ja som aquí!!! –gritó Marina.

-       Benvinguts!!! –replicó Margot que todavía estaba riendo.

-       Pero, ¿de qué vas, Saritiña mía, mi amor?
 
Cuando Joan se quitaba la corbata, se quitaba el disfraz entero de directivo de Esade.

-       De bruja. Por aquí me dicen que de Elizabeth Banosecuántos.

-       ¡Ay, si lo llego a saber yo vengo de bruixot!

Joan había dejado su carga en la mesa de la cocina y había cogido el porrón por su cuenta.

-       Pero, esa Elizabeth, ¿era bruja? ¿No era algo así como una mujer-vampiro? ¿O estáis hablando de otra?

-       Hay muchas brujas con el nombre de Elizabeth en la historia, mi amor –se encogió de hombros Joan.

-       No, lleva razón Marina. Ya me conoce, ya. Me refería a la condesa Elizabeth de Bathory –contestó Margot.

-       Nom de Déu! ¡Qué mal rollo! Tuvo que ser una mujer interesantísima.

A pesar de la aparente contradicción, todas entendieron a Joan.

-       Luego me explicáis de qué iba la pájara ésa. ¿Era guapa?

-      

-       Y ésas calabacitas tan monas, ¿qué son? –Sarita, más que hablar, bombardeaba con sus preguntas.
 
 

-       Panellets también. Han tenido un éxito enorme. Los críos, encantados con las calabacitas –le contestó Joan a la última pregunta- Y sí, la condesa Bathory tenía fama de ser una mujer muy bella. Claro que para mantenerse joven …

-       ¿Cómo ha ido el día?

Camila de pronto se acordó de preguntar por su negocio, que dirigía Joan. 

-       ¡Estupendo! No nos podemos quejar. Las castañas y boniatos se han vendido estupendamente y los panellets también.

-       ¿No se ha notado la crisis? –inquirió Marina.

-       Ya tuvimos en cuenta que las ventas no subirían este año, excepto en la parte alta, en Sitges y Sant Cugat. Y hemos mantenido precios –explicó Joan-. Algo ha quedado, pero los panellets también se venderán mañana, no hay problema.

-       También hemos hecho mini-panellets para que entren más por kilo. Todo ayuda -añadió Camila.

-       ¡Coño! ¡Pesaos! ¡Dejad ya el trabajo, jodíos catalanes!

-       La crema ya está casi lista –anunció Margot sin inmutarse- ¿Quién pone la mesa? Y otro que me ayude con la ensalada.

-       ¿Crema? ¿De qué es? –arrugó la nariz Joan.

-       De calabaza con virutillas de jamón. La concesión que hacemos en esta casa a Halloween.

-       ¿Y nada más? ¡¡¡Jooodoooo, que es más gordo!!! ¡Qué leches! Ni hombres, ni marcha y todos de beata Ursulina de la Concepción. ¡Vaya muermo!

Sarita ya no soltaba sólo sapos y culebras, lo que en ella era lo habitual, sino que, cuando andaba fastidiada, añadía todo un extraño repertorio del santuario, tremendamente colorista.

-       ¡Sara! Que es la noche de Difuntos, no el Carnaval. ¿Qué quieres? Ya pondremos algunas películas de terror. ¡Hale! Don’t worry. –trató de animarla Camila

-       Sarita tiene razón. Faltan hombres –rió Joan.

-       ¿Y nadie quiere jugar a la oui-ja? ¿Y me contáis lo que hacía la tía esa, la condesa, de una puta vez o vamos a plazos? ¡Joder, la puta! ¿No hay alguna tradición más divertida que la Castanyada?

-       ¿Invocar a los espíritus de los muertos? –sugirió Marina.

-       Leyendas de esta noche hay… -comenzó a decir Camila.

-       ¡¡¡¡Noooooooooo!!!! –gritó Margot.