lunes, 13 de diciembre de 2010

Relato Encadenado, capítulo 3º.

¿Y he de comenzag con la última frase? ¡Qué gollo, prima! Se me ocugue que… ¡valeeeee, pesada! Ya lo hagué como tú dices. (¡Hay que veg cómo se pone la cugzi esa! Mon Dieu!).

- La televisión, dices? ¿Y qué programa si puede sabegse? –preguntó francamente escandalizado el tontaina del peluquego- Lolín tiene una educación exquisita y no puede veg según que chogadas.
- Pego, ¿quién demonios es usted? No, no le dejo pasag hasta que me diga quién es –se puso figme Nati. Empezaba a pensag que había entrado en una casa de locos muy paguecida al camagote de los hegmanos Magx.
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Álvago estaba gueunido con Holmes, el detective.
- Señog Encino, yo no tengo pog costumbre aceptag casos como el suyo.
- Lo sé, lo sé. Pego estoy dispuesto a pagag lo que usted quiega. Dígame una cifra tan solo.
- No es una cuestión de dinego, señog Encino, sino de prestigio y especialidad.
- Usted es el mejog detective que existe, sé lo que hizo pog el jefe del gabinete del ministro de economía y yo no sólo quiego la información. Lo quiego todo, pruebas, detalles… Quiego estag bien segugo y que nadie se entegue de nada.
- Bien – se acomodó satisfecho Holmes-, el tema que usted menciona es muy distinto mi queguido señog Encino. Un secreto del más alto nivel.
- Entonces, ¿me ayudagá?
- Hagué una excepción en su caso. Pego no le gagantizo que el guesultado sea el que usted espega.
- Estoy segugo que mi esposa vuelve a vegse con su primeg maguido, Parmigianno, ese maldito bastagdo -exclamó fuguioso.
- Puede seg, pego sea lo que sea, lo que usted obtendrá de mí es la vegdad. ¿Está usted prepagado paga ello?
¿Qué podía sabeg ya Holmes de un caso que ni tan siquiega había aceptado?
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Cuqui estaba metiendo algo de gopa apresugadamente en su mochila. Pog fin había llegado el día tan espegado. Iba a fugagse del maldito integnado con su amog, su Andrei. ¡Nada ni nadie podría nunca sepagaglos!
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Paco estaba enfuguñado. Encontraba a faltag a su Nati y ella no le devolvía sus llamadas ni sus mensajes. Elena, la hegmana pequeña de Nati y la causante de todo el problema le había dicho lo de su nuevo trabajo y al final había conseguido que le diega la diguección. Estaba dispuesto a todo paga guecupegag a su novia a cualquieg precio.

Relato Encadenado, 2º. capítulo

El primer día sería más duro de lo que ella había podido imaginar. A media mañana llegó la primera sorpresa. La cocinera, Carmen, de la que Toñi no le había dicho nada.
Llegó vociferando.
- ¿Ya ha llegado el del súper? ¿y el encargo de la carnicería?
Apabullante. Carmen iba al tajo y, ¿para qué iba a molestarse en presentarse? Ella ya era de la casa.
- No, no ha llegado ni llamado nadie.
Carmen la miró de arriba abajo.
- ¡Huy! Me parece que no vas a durar ni tres días. Mal te veo.
Al cabo de media hora sonó el timbre de la puerta y Nati fue a abrir. Era un taxista que ella conocía de vista llevando de la mano a Tim. ¿O sería Tom?
- Hola, buenas. Que vengo del colegio para dejar al niño que no se encuentra bien.
- ¿Qué le pasa?
Nati no atinó a dejar paso libre a Tim. O Tom. Ya se encargó Rodolfo de hacerlo por su cuenta al llegar arrollándola con alegres ladridos y dando saltos alrededor del pequeño que entró con él en la casa.
- No sé. Me han dado un sobre en el colegio y supongo que ahí lo explican.
- ¿Cuánto le debo?
- Nada, nada. Ya nos pagan a final de mes todas las carreras.
Nati le despidió perpleja. Eso era nuevo para ella.
Abrió el sobre del colegio cuando de nuevo sonó el timbre de la puerta. Un tío larguirucho, pálido y afectado entró como Pedro por su casa, casi arrollándola también como Rodolfo.
- ¿Dónde está Lolín? ¿Dónde está la reina de la casa?
- Perdone, ¿quién es usted?
En ese momento pareció que el tipo la veía por primera vez.
- ¿Que quién soy yo? ¡Huy por Dios! ¡Qué torpe! ¿Y sin saber quién soy me dejas pasar como si nada? Eso no le va a gustar nada, nada a doña María Antonia. Da gracias que no pienso comentárselo.
- … bueno…, gracias..
- Venga chica, ¿pero dónde está la joyita de la casa?
- La he dejado viendo la tele.
- ¿La televisión, dices? ¿Y qué programa si puede saberse? –preguntó francamente escandalizado.

RELATO ENCADENADO

Nati (Anastasia) estaba nerviosa. Después de ocho largos meses en el paro y romper con su novio Paco el taxista, aquella mañana se estaba arreglando para ir a su nuevo trabajo.
La señora María Antonia (Toñi) Ferrero y Conde de Montemayor la había contratado como doncella personal en el chalet que tenía en Valldoreix. La señora Toñi, como quería que la llamara, estaba casada con Álvaro Encino de Valparaíso, de la familia de los famosos joyeros Encino y tenía tres hijos. Cuqui, de 16 años, internada en un exclusivo colegio suizo para jóvenes de la alta sociedad, e hija de su anterior matrimonio con Gianni Parmigianno, un buscavidas, jugador y playboy, y los gemelos Tim y Tom.
La señora Toñi le había hecho una lista de todos sus deberes y obligaciones entre los que se encontraba cuidar de su pekinesa Lolín. En la casa había otros dos perros, un bóxer de vigilancia y el setter Rodolfo, el juguete de los niños.
La lista era mucho más larga, con especificaciones que Nati no entendía muy bien.

Once de noviembre 2011


Viernes 11.11.2011.
Ferrán pilotaba el Albatros sobre la montaña de Montserrat. El cielo del atardecer estaba sereno.
De pronto sonó la alarma del radar. Peligro. Otro avión volaba demasiado cerca. ¿Otro? Varios puntos indicaban que tenían encima una escuadrilla.
Maniobró sin perder la calma. No conseguía despegarse. Un movimiento a la desesperada, un descenso de 1500 metros. ¡Aún más cerca!
Dio un giro a la izquierda y el avión trepidó. Demasiado brusco.
¡Ahora estaban rodeados! ¡Aviso de colisión! Sofía y Ferrán miraban sin ver nada.
Súbitamente, un fogonazo, una luz deslumbrante. Los mandos ya no respondieron. Habían perdido el control.

UN PISO IDEAL


Leire estaba muy ocupada arreglando el nuevo piso donde iba a vivir con sus dos pequeños, Aina y Daniel.
En total treinta metros cuadrados tan solo pero al menos era nuevo y significaba alejarse de las ya agotadoras discusiones con Arnau, su ex. No podría evitar el tema de la manutención de los niños cuyo pago él siempre trataba de rebajar y retrasar con la excusa de que su trabajo actual no era tan bueno ni cobraba tanto como en el anterior, pero al menos habían zanjado por fin el tema del piso que habían comprado al casarse hacía ya siete años. ¿Sería verdad aquello de la
crisis después de ese tiempo, tal como proponía la película
[i] de la mítica Marlyn Monroe a la que Arnau reverenciaba al punto de tener su antiguo hogar decorado nada menos que con siete pósters enormes? No exactamente. La crisis, llamada Soraya, había comenzado hacía tiempo. Mínimo tres años.
Gracias a Dios él se había quedado con su museo. Lástima que también lo hubiera hecho con el piso. Pero ya estaba harta de sus presion
es; eso no era vida.
Este piso era suyo. Bueno, no exactamente, todavía le quedaba toda una señora hipoteca a pagar durante treinta largos años, tantos como el espacio disponible del piso. Si las matemáticas no mienten, le salía a metro por año.
Al menos tenía algo de sol y mucha luz y las vistas no eran exactamente horrorosas. La pared del patio de ocho metros donde Aina y Daniel podrían jugar no era tan alta que tapara toda vista y los balcones de los dos pisos de delante, los entresuelos, tenían bastantes plantas, hasta macetones con flores, o sea que no todo era cemento, ladrillos y metal.
Estaba tratando de acomodar los cinco contenedores de basuras para reciclar en el espacio de la cocinita tipo americana, una pared de dos metros y medio más una barra de metro y medio, con un pasillo de sesenta centímetros entre uno y otro. Justo el espacio para encajar el refrigerador. ¡Caramba! Debía cuidar su línea o no podría girarse ni meter el pollo en el horno. O los canelones. Que no cunda el pánico; de momento no había ninguna razón para preocuparse por su espléndida figura.
Un baño de tres metros cuadrados monísimo. Le recordaba el aseo de la auto caravana de su prima Elisa.
Había puesto una estantería, la de los libros como separador de la ha
bitación de los niños. Bueno, el espacio de la doble litera donde iban a dormir. Y su cama quedaba a casi medio metro del techo, encima del sofá y del despachito con el ordenador.
A Daniel, con sus 4 años, le hacía mucha gracia que mami tuviera que subirse a una escalera como Aina para llegar a su cama. Se había empeñado en querer dormir también él allí arriba pero al final le había convencido para que se quedara a ras de suelo. Se acordaba bien de una caída desde la escalera del tobogán que había acabado con una visita a urgencias del hospital y siete puntos. Eso no le gustaba nada.
Tampoco dormir a más de dos metros del suelo era la ilusión de su vida para Leire. Una cosa es trabajar en un avión y otra muy distinta dormir sin red de protección. Esperaba no sufrir ninguna noche agitada. Más temible y posible, la eventualidad de olvidarse de la escalera al oír quejarse o pedir agua a alguno de los niños en mitad de la noche.
De todas formas estaba haciendo maravillas con la decoración. Ahora que iba a trabajar de auxiliar de vuelo en Med Seas se lo podía permitir. ¡Qué suerte que el director Renard la hubiera querido contratar con 34 tacos y dos retoños de 6 y 4 años, respectivamente. Eso era algo que no estaba nada de moda. La verdad es que el gigante Albatros era muchísimo más espacioso que su micro piso.
Leire empezaba una vida completamente distinta. A punto de despegue.

[i} “The Seven Years Itch”, traducida como “La tentación vive arriba”, dirigida por Billy Wilder.

domingo, 12 de diciembre de 2010

¡NOS HA TOCADO! Episodio 2.

 Se habían mudado a un hotel en Barcelona. Carlos andaba enfurruñado porque oficialmente se habían ido a Melide, en A Coruña, a visitar a la familia de su madre y se veía obligado a dejar a su grupo de amigos y amigotes. Podía seguir yendo a la facultad en Barcelona sin problemas pero la desconexión con la gente del barrio en su Sant Cugat del alma era total.
-¡Joder, mama! Que Lara está muy cabreada y me ha mandado a la mierda.
-¡Ya te dije que me echaras la culpa!
-Pero que no se cree que nos vayamos todos porque la tía Leonor se ha puesto mala. ¡Anda que el papa y tú sois buenos como para dejar que falte a las clases!
-Dile que ya le contaras todo a la vuelta.
-¿Qué vuelta, gilipollas?
-¡No le hables así a tu hermana!
-¡Imbécil!
-¡Para ya, Marta! ¡A veces eres tan cría como él! Y tú. Se supone que volveremos algún día. No nos vamos a quedar allí.
-¿Y por qué no se lo puedo contar ahora? –insistió Carlos.
-Porque todavía no tenemos decidido nada, idiota.
-¡Marta!
-¡Es que es corto de narices, joder mama! No sé ni cómo sigue en la universidad…
-¡Estudiando, tonta del culo, no como otras!
-Oye tío, que yo ya tengo mi título.
-Sí, fíjate lorito, auxiliar de veterinaria.
-Ayudante técnico veterinario, si no te sabe mal.
-Sí, sí, lo que tú digas.
-¡Callaros los dos! ¿No tienes nada que hacer Marta?
Jordi y Trini se decidieron pronto. Tal como estaba la situación había buenas oportunidades y adquirieron unos chalets en construcción en Arenys de Mar, rodeados de pinos y con vistas al mar. Un sueño hecho realidad. Uno para cada hija y otro para ellos, reservando la planta de arriba como apartamento para Carlos.
Marta andaba loca. Ya no tenía que coger el piso de protección oficial ni comprarse un vestido de novia en rebajas ni limitarse a pasar una semana en Nueva York aprovechando algún ofertón como luna de miel. Pero Jordi empezaba a pensar que las extravagancias en que pensaba la menor de sus hijas podrían llegar a acabar con los 27 millones de euros.
¿Viaje a
Bali al hotel Four Seasons como los famosos? ¿Vestido de novia por encargo a Lorenzo Caprile, el diseñador, como mínimo? Y, ¿dónde querría celebrar la boda a ese paso? ¿En la capilla Sixtina?
La bomba cayó un martes al mediodía, mientras se disponían a comer en la casa que habían alquilado hasta que tuvieran las suyas a punto.
-¡Ay papa! Fíjate qué avión, ¡qué chulada!
-¿Y para qué quieres un avión? –miedo le daba preguntarlo.
-No, si no lo quiero –Jordi respiró aliviado-. Es un jet privado de alquiler.
Y le puso debajo de las narices el anuncio de la compañía Med Seas.

SOFÍA

A Sofía le había gustado Andreu Renard. Todo un caballero de los que ya no quedaban muchos. A su hijo Marc, a pesar de su juventud, se le veía un profesional de la cabeza a los pies. Y las referencias de la familia como empresarios, algo que ya había investigado, eran impecables.Bien, la suerte ya estaba echada, ya no iba a volver a Michigan. Con una España todavía tan sumergida en la crisis, sin que hubiera esperanzas de conseguir un trabajo serio de su especialidad, bien pagado, lo más lógico hasta ese momento resultaba regresar a Estados Unidos pero, ¿destino o casualidad?, cuando ya se estaba haciendo a la idea de regresar se había tropezado con esta nueva empresa que le ofrecía un puesto adecuado y un contrato más que correcto.
Sintió una punzada. Había sido muy feliz allí, sobre todo en la tranquila Ann Arbor; añoraría todo aquello. A algunos les sorprendía, entre ellos a su prima Berta, la alocada, que se hubiera enamorado del estado de los Grandes Lagos. Siempre que se encontrab
an empezaba a interrogarla sobre los novios y amantes que había dejado allí con toda seguridad, según Berta, claro. Parecía que era totalmente incapaz de concebir cómo podía gustarle un sitio donde hacía tanto frío, con unas máximas en verano sobre los 22 grados y con tanta nieve que duraba hasta bien entrada la primavera. ¡Si al menos prefiriera Chicago, una urbe cosmopolita, llena de rascacielos!
A Laura, en cambio, no le extrañaba nada. Al revés, se sentía fascinada y no paraba de preguntarle, quizás para poder ambientar su
próxima novela de misterio y asesinatos más o menos enrevesados. Las fotos del faro, tan solitarias, parecían producirle un estado de euforia. Laura era así; no en vano la llamaban desde su primer gran éxito a los 19 años, la Dama del Crimen española. Y en Michigan había muchos elementos interesantes, grandes extensiones de agua, frío, nieve, misterio, grandes bosques, antigua cultura nativa americana, ¡la repera!
Era bueno volver a estar con su tía Anna y las cuatrillizas, tan exactas físicamente y tan distintas de carácter. La pequeña Diana, un apelativo que resultaba cómico aplicado a la cuatrilliza que hizo su aparición en este mundo en último lugar pero al que toda la familia recurría, parecía sentir muchas tentaciones de tomar el relevo y marchar a Estados Unidos con un grupo de estudio, cosa que a tía Anna la sacaba de quicio. Pero no era nada nuevo, sólo cuestión de tiempo. Le gustaba demasiado el trabajo de campo, investigar al aire libre, en pleno contacto con el mar, y el empleo en el Acuario de Barcelona estaba claro que no le llenaba.
Volvió a pensar en su nuevo trabajo en Med Seas. Quizás no fuera a durar demasiado. Empresa nueva, un solo avión de alquiler aunque eso sí, de lo mejorcito… Si fuera por el otro socio, por Svensson, Sofía no apostaría nada por la supervivencia de la compañía. Éste sí que le había parecido un cantamañanas. Extrovertido, entusiasta, no había duda de que había puesto el corazón en el proyecto y en ese
precioso pájaro de acero pero parecía flotar a varios palmos sobre el suelo. El hombre, no el avión que estaba a buen recaudo en su hangar de Girona. Todo él parecía pura imaginación e, indudablemente, pasión, eso seguro, pero llevar el control de gastos, la administración, eso sí que no. Posiblemente, podría ser un relaciones públicas magnífico. Quizás. Tampoco seguro. Cuando les habían presentado, le había estrechado la mano con fuerza, le había lanzado una mirada rápida pero completa y enseguida se había volcado en su tema favorito: el Albatros. Sofía estaba segura de que el jet era como el juguete de aquel extraño vikingo de cabello negro y tez más mediterránea que escandinava.
Sonrió. Seguro que Laura podría encontrarle muy interesante.

ARI

Ari estaba satisfecho. Se había salido con la suya, adquirir el Boeing Business Jet de sus sueños para la Med Seas.
Andreu, aquel viejo zorro, era duro de pelar pero al final se habían puesto de acuerdo. No era cuestión de hacer proyectos de medio pelo. A pesar de la crisis, incluso a causa de ella, había gente con ganas y dinero para comprar lo mejor de lo mejor. O, mejor dicho, para contratar. Pocos se expondrían a comprarse un avión propio pero, ¿alquilar y fardar? ¡Claro que sí! Y más cuando se puede poner en nota de gastos y que paguen las compañías o quien haga falta.
El proyecto pintaba de maravilla. Pensaba decorar el interior con los colores de su soñada Grecia, blanco y azul, ese azul cielo poderoso del Mediterráneo. El tapizado de los butacones y los sofás en blanco. Sería un gasto añadido del que no había hablado. A Marc, el cachorro de Renard, le hubiera dado un ataque y ni su padre hubiera podido con él. Tampoco había que contar con que Andreu consintiera sin haberle preparado convenientemente. ¡Había salido duro el joven director de la compañía! Era capaz de plantarle cara hasta a su padre. Bien, tampoco estaba mal tener un responsable de la empresa con mano firme.
Recordó a la joven que iban a contratar como segundo piloto, Sofía Sueskun. Otro hueso. ¡Qué seria por Dios! Era realmente guapa, una belleza clásica, suave, serena. Pero daba escalofríos. Le había caído bien ya por su nombre, otra referencia a la Grecia materna, pero había resultado ser más una cariátide que una sensual danzarina del vientre de las que abundan en los locales del barrio de la Plaka.
Su imaginación voló. ¿Qué tal quedaría vestida como una de esas bailarinas? De escándalo, seguro, pero no podía olvidar aquella mirada suya que era puro taladro. En su país no había pocas mujeres ingenieras pero no eran necesariamente tan frías, tan ¿asépticas?
¡Bah! ¿Por qué preocuparse por Sofía? Sus credenciales eran más que impecables. Otra como Marc. El avión, “su” Albatros, estaría en las mejores manos. Ya había muchas danzarinas del vientre donde elegir.

¡NOS HA TOCADO!

A Trini le había entrado taquicardia. En la administración de loterías había un supercartelón y un grupo de gente hablando todos a la vez. En aquel momento llegó la furgoneta de la televisión local. No había podido leer con detenimiento el cartel pero poco decía. Sólo en letras enormes se vanagloriaba de haber “dado” el premio de 27 kilos del Euromillón de aquella semana.
Intentaba mantener la cabeza fría, razonar. ¡Qué no, hombre qué no! Que en el barrio, uno que seguía siendo obrero en la población más exclusiva de Cataluña, Bell-Aire del Vallès, había una peña inmensa que jugaba a lo que fuera, a todas las rifas, números, loterías y apuestas habidas y por haber. ¡Era imposible!
Pues no. Cuando llegó temblorosa a su casa llamando a su Jordi que estaba en el taller, éste comprobó que en efecto, tenían el boleto con la combinación ganadora, 5+2, todos y c
ada uno de los numeritos.
Parecía como si el papelín les quemara en las manos, casi ni se atrevían a sujetarlo para que no se convirtiera en polvo.
¿Qué hacemos? se preguntaban sin decir nada, en silencio, mirando el boleto sobre la mesa del comedor.
-Voy a ingresarlo –dijo él.
-¿Dónde?
-En el Banco.
-¿En el nuestro?
-¿Dónde si no?
-Se va a enterar todo el mundo…
Silencio.
-¿Abrimos otra cuenta junto a la estación?
-Se correrá la voz.
-¿Dónde pues?

-En la central, allí están acostumbrados y no nos conocen.
-¿En Barcelona?
-No, en la China, si te parece. ¡Claro que en Barcelona!
-¿Y cuándo?
-¡Ahora mismo, chico! ¡Que aún acabaremos perdiéndolo! ¿A qué esperas?
-Voy a por el coche… , ¿qué les digo a los compañeros?
-Lo de costumbre. Que me he torcido el pie, que me he cortado pelando patatas, que la Amparo está pariendo…, cualquier cosa. Pero, ¡anda ya!, ¡no te me quedes parao como un tonto! ¡Corre! ¡Joder, qué poco garbo!
Corrieron. No en silencio. Las costumbres de años permanecen inamovibles. Como siempre Trini le iba repitiendo mil veces a Jordi la cantinela; que cuidado con ése (coche), que vigila, que mira el semáforo, que si ya has puesto el intermitente. Eso salpicando las reflexiones en voz alta sobre cómo les darían la noticia a los niños.
-¡Ay la Marta! ¡Qué contenta se pondrá! Ya podrá comprarse el vestido que quiera y dónde le dé la gana. Y podremos invitar a toda la familia, los amigos, a todos.
-Ya, y así nadie se enterará de que nos ha tocado el Euro. Que por eso vamos a Barcelona.
-¡No seas tan agrio Jordi!
Trini se quedó pensativa. Y rumió en voz alta. Primero había pensado en la boda de su hija pero, ¿qué iban a hacer con la familia? Por descontado, podían ayudar a la sobrina, a Alba, que se había quedado en el paro y que seguro que tenía problemas para pagar la hipoteca. Encarna no decía nada pero se notaba que estaba preocupada.
-Oye, tendremos que cambiar de casa –exclamó Jordi.
-¡Coño! ¡Claro que sí! Una casa bien grande con jardín.
-¿En Bell-Aire?
-Hmmm… Puede. Nos podemos comprar un terrenito en la urbanización El Solet.
-Pero si ya no quedan.
-¡Cómo que no!
-Han construido por todas partes.
-Pues compramos algo. Encima hay oportunidades. ¡Qué suerte!
-¿Qué tal Sitges?
-¿Ahí te quieres ir?
-A ti te gusta.
-A mí me gusta Llançà.
-Pero no nos vamos a ir tan lejos.
Llegaron. Despistados como un par de provincianos en Nueva York miraron sin saber a dónde dirigirse. Entonces cayeron en la cuenta de que ni tan siquiera se habían cambiado. Jordi iba todavía con el mono de mecánico y la Trini con los pelos como si unos gatos se hubieran peleado en ellos además de llevar una raya que pedía a gritos una buena dosis de tinte.
¡Qué importaba! Al ver el boleto el empleado que les atendió se quedó pálido y empezó a deshacerse en atenciones antes de conducirles al departamento de Grandes Cuentas.
TO BE CONTINUED