
Andreu, aquel viejo zorro, era duro de pelar pero al final se habían puesto de acuerdo. No era cuestión de hacer proyectos de medio pelo. A pesar de la crisis, incluso a causa de ella, había gente con ganas y dinero para comprar lo mejor de lo mejor. O, mejor dicho, para contratar. Pocos se expondrían a comprarse un avión propio pero, ¿alquilar y fardar? ¡Claro que sí! Y más cuando se puede poner en nota de gastos y que paguen las compañías o quien haga falta.
El proyecto pintaba de maravilla. Pensaba decorar el interior con los colores de su soñada Grecia, blanco y azul, ese azul cielo poderoso del Mediterráneo. El tapizado de los butacones y los sofás en blanco. Sería un gasto añadido del que no había habla

Recordó a la joven que iban a contratar como segundo piloto, Sofía Sueskun. Otro hueso. ¡Qué seria por Dios! Era realmente guapa, una belleza clásica, suave, serena. Pero daba escalofríos. Le había caído bien ya por su nombre, otra referencia a la Grecia materna, pero había resultado ser más una cariátide que una sensual danzarina del vientre de las que abundan en los locales del barrio de la Plaka.
Su imaginación voló. ¿Qué tal quedaría vestida como una de esas bailarinas? De escándalo, seguro, pero no podía olvidar aquella mirada suya que era puro taladro. En su país no había pocas mujeres ingenieras pero no eran necesariamente tan frías, tan ¿asépticas?
¡Bah! ¿Por qué preocuparse por Sofía? Sus credenciales eran más que impecables. Otra como Marc. El avión, “su” Albatros, estaría en las mejores manos. Ya había muchas danzarinas del vientre donde elegir.
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