A Trini le había entrado taquicardia. En la administración de loterías había un supercartelón y un grupo de gente hablando todos a la vez. En aquel momento llegó la furgoneta de la televisión local. No había podido leer con detenimiento el cartel pero poco decía. Sólo en letras enormes se vanagloriaba de haber “dado” el premio de 27 kilos del Euromillón de aquella semana.
Intentaba mantener la cabeza fría, razonar. ¡Qué no, hombre qué no! Que en el barrio, uno que seguía siendo obrero en la población más exclusiva de Cataluña, Bell-Aire del Vallès, había una peña inmensa que jugaba a lo que fuera, a todas las rifas, números, loterías y apuestas habidas y por haber. ¡Era imposible!
Pues no. Cuando llegó temblorosa a su casa llamando a su Jordi que estaba en el taller, éste comprobó que en efecto, tenían el boleto con la combinación ganadora, 5+2, todos y cada uno de los numeritos.
Parecía como si el papelín les quemara en las manos, casi ni se atrevían a sujetarlo para que no se convirtiera en polvo.
¿Qué hacemos? se preguntaban sin decir nada, en silencio, mirando el boleto sobre la mesa del comedor.
-Voy a ingresarlo –dijo él.
-¿Dónde?
-En el Banco.
-¿En el nuestro?
-¿Dónde si no?
-Se va a enterar todo el mundo…
Silencio.
-¿Abrimos otra cuenta junto a la estación?
-Se correrá la voz.
-¿Dónde pues?
-En la central, allí están acostumbrados y no nos conocen.
-¿En Barcelona?
-No, en la China, si te parece. ¡Claro que en Barcelona!
-¿Y cuándo?
-¡Ahora mismo, chico! ¡Que aún acabaremos perdiéndolo! ¿A qué esperas?
-Voy a por el coche… , ¿qué les digo a los compañeros?
-Lo de costumbre. Que me he torcido el pie, que me he cortado pelando patatas, que la Amparo está pariendo…, cualquier cosa. Pero, ¡anda ya!, ¡no te me quedes parao como un tonto! ¡Corre! ¡Joder, qué poco garbo!
Corrieron. No en silencio. Las costumbres de años permanecen inamovibles. Como siempre Trini le iba repitiendo mil veces a Jordi la cantinela; que cuidado con ése (coche), que vigila, que mira el semáforo, que si ya has puesto el intermitente. Eso salpicando las reflexiones en voz alta sobre cómo les darían la noticia a los niños.
-¡Ay la Marta! ¡Qué contenta se pondrá! Ya podrá comprarse el vestido que quiera y dónde le dé la gana. Y podremos invitar a toda la familia, los amigos, a todos.
-Ya, y así nadie se enterará de que nos ha tocado el Euro. Que por eso vamos a Barcelona.
-¡No seas tan agrio Jordi!
Trini se quedó pensativa. Y rumió en voz alta. Primero había pensado en la boda de su hija pero, ¿qué iban a hacer con la familia? Por descontado, podían ayudar a la sobrina, a Alba, que se había quedado en el paro y que seguro que tenía problemas para pagar la hipoteca. Encarna no decía nada pero se notaba que estaba preocupada.
-Oye, tendremos que cambiar de casa –exclamó Jordi.
-¡Coño! ¡Claro que sí! Una casa bien grande con jardín.
-¿En Bell-Aire?
-Hmmm… Puede. Nos podemos comprar un terrenito en la urbanización El Solet.
-Pero si ya no quedan.
-¡Cómo que no!
-Han construido por todas partes.
-Pues compramos algo. Encima hay oportunidades. ¡Qué suerte!
-¿Qué tal Sitges?
-¿Ahí te quieres ir?
-A ti te gusta.
-A mí me gusta Llançà.
-Pero no nos vamos a ir tan lejos.
Llegaron. Despistados como un par de provincianos en Nueva York miraron sin saber a dónde dirigirse. Entonces cayeron en la cuenta de que ni tan siquiera se habían cambiado. Jordi iba todavía con el mono de mecánico y la Trini con los pelos como si unos gatos se hubieran peleado en ellos además de llevar una raya que pedía a gritos una buena dosis de tinte.
¡Qué importaba! Al ver el boleto el empleado que les atendió se quedó pálido y empezó a deshacerse en atenciones antes de conducirles al departamento de Grandes Cuentas.
Intentaba mantener la cabeza fría, razonar. ¡Qué no, hombre qué no! Que en el barrio, uno que seguía siendo obrero en la población más exclusiva de Cataluña, Bell-Aire del Vallès, había una peña inmensa que jugaba a lo que fuera, a todas las rifas, números, loterías y apuestas habidas y por haber. ¡Era imposible!
Pues no. Cuando llegó temblorosa a su casa llamando a su Jordi que estaba en el taller, éste comprobó que en efecto, tenían el boleto con la combinación ganadora, 5+2, todos y cada uno de los numeritos.
Parecía como si el papelín les quemara en las manos, casi ni se atrevían a sujetarlo para que no se convirtiera en polvo.
¿Qué hacemos? se preguntaban sin decir nada, en silencio, mirando el boleto sobre la mesa del comedor.
-Voy a ingresarlo –dijo él.
-¿Dónde?
-En el Banco.
-¿En el nuestro?
-¿Dónde si no?
-Se va a enterar todo el mundo…
Silencio.
-¿Abrimos otra cuenta junto a la estación?
-Se correrá la voz.
-¿Dónde pues?
-En la central, allí están acostumbrados y no nos conocen.
-¿En Barcelona?
-No, en la China, si te parece. ¡Claro que en Barcelona!
-¿Y cuándo?
-¡Ahora mismo, chico! ¡Que aún acabaremos perdiéndolo! ¿A qué esperas?
-Voy a por el coche… , ¿qué les digo a los compañeros?
-Lo de costumbre. Que me he torcido el pie, que me he cortado pelando patatas, que la Amparo está pariendo…, cualquier cosa. Pero, ¡anda ya!, ¡no te me quedes parao como un tonto! ¡Corre! ¡Joder, qué poco garbo!
Corrieron. No en silencio. Las costumbres de años permanecen inamovibles. Como siempre Trini le iba repitiendo mil veces a Jordi la cantinela; que cuidado con ése (coche), que vigila, que mira el semáforo, que si ya has puesto el intermitente. Eso salpicando las reflexiones en voz alta sobre cómo les darían la noticia a los niños.
-¡Ay la Marta! ¡Qué contenta se pondrá! Ya podrá comprarse el vestido que quiera y dónde le dé la gana. Y podremos invitar a toda la familia, los amigos, a todos.
-Ya, y así nadie se enterará de que nos ha tocado el Euro. Que por eso vamos a Barcelona.
-¡No seas tan agrio Jordi!
Trini se quedó pensativa. Y rumió en voz alta. Primero había pensado en la boda de su hija pero, ¿qué iban a hacer con la familia? Por descontado, podían ayudar a la sobrina, a Alba, que se había quedado en el paro y que seguro que tenía problemas para pagar la hipoteca. Encarna no decía nada pero se notaba que estaba preocupada.
-Oye, tendremos que cambiar de casa –exclamó Jordi.
-¡Coño! ¡Claro que sí! Una casa bien grande con jardín.
-¿En Bell-Aire?
-Hmmm… Puede. Nos podemos comprar un terrenito en la urbanización El Solet.
-Pero si ya no quedan.
-¡Cómo que no!
-Han construido por todas partes.
-Pues compramos algo. Encima hay oportunidades. ¡Qué suerte!
-¿Qué tal Sitges?
-¿Ahí te quieres ir?
-A ti te gusta.
-A mí me gusta Llançà.
-Pero no nos vamos a ir tan lejos.
Llegaron. Despistados como un par de provincianos en Nueva York miraron sin saber a dónde dirigirse. Entonces cayeron en la cuenta de que ni tan siquiera se habían cambiado. Jordi iba todavía con el mono de mecánico y la Trini con los pelos como si unos gatos se hubieran peleado en ellos además de llevar una raya que pedía a gritos una buena dosis de tinte.
¡Qué importaba! Al ver el boleto el empleado que les atendió se quedó pálido y empezó a deshacerse en atenciones antes de conducirles al departamento de Grandes Cuentas.
TO BE CONTINUED
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