Leire estaba muy ocupada arreglando el nuevo piso donde iba a vivir con sus dos pequeños, Aina y Daniel.
En total treinta metros cuadrados tan solo pero al menos era nuevo y significaba alejarse de las ya agotadoras discusiones con Arnau, su ex. No podría evitar el tema de la manutención de los niños cuyo pago él siempre trataba de rebajar y retrasar con la excusa de que su trabajo actual no era tan bueno ni cobraba tanto como en el anterior, pero al menos habían zanjado por fin el tema del piso que habían comprado al casarse hacía ya siete años. ¿Sería verdad aquello de la crisis después de ese tiempo, tal como proponía la película[i] de la mítica Marlyn Monroe a la que Arnau reverenciaba al punto de tener su antiguo hogar decorado nada menos que con siete pósters enormes? No exactamente. La crisis, llamada Soraya, había comenzado hacía tiempo. Mínimo tres años.
Gracias a Dios él se había quedado con su museo. Lástima que también lo hubiera hecho con el piso. Pero ya estaba harta de sus presiones; eso no era vida.
Este piso era suyo. Bueno, no exactamente, todavía le quedaba toda una señora hipoteca a pagar durante treinta largos años, tantos como el espacio disponible del piso. Si las matemáticas no mienten, le salía a metro por año.
Al menos tenía algo de sol y mucha luz y las vistas no eran exactamente horrorosas. La pared del patio de ocho metros donde Aina y Daniel podrían jugar no era tan alta que tapara toda vista y los balcones de los dos pisos de delante, los entresuelos, tenían bastantes plantas, hasta macetones con flores, o sea que no todo era cemento, ladrillos y metal.
Estaba tratando de acomodar los cinco contenedores de basuras para reciclar en el espacio de la cocinita tipo americana, una pared de dos metros y medio más una barra de metro y medio, con un pasillo de sesenta centímetros entre uno y otro. Justo el espacio para encajar el refrigerador. ¡Caramba! Debía cuidar su línea o no podría girarse ni meter el pollo en el horno. O los canelones. Que no cunda el pánico; de momento no había ninguna razón para preocuparse por su espléndida figura.
Un baño de tres metros cuadrados monísimo. Le recordaba el aseo de la auto caravana de su prima Elisa.
Había puesto una estantería, la de los libros como separador de la habitación de los niños. Bueno, el espacio de la doble litera donde iban a dormir. Y su cama quedaba a casi medio metro del techo, encima del sofá y del despachito con el ordenador.
A Daniel, con sus 4 años, le hacía mucha gracia que mami tuviera que subirse a una escalera como Aina para llegar a su cama. Se había empeñado en querer dormir también él allí arriba pero al final le había convencido para que se quedara a ras de suelo. Se acordaba bien de una caída desde la escalera del tobogán que había acabado con una visita a urgencias del hospital y siete puntos. Eso no le gustaba nada.
Tampoco dormir a más de dos metros del suelo era la ilusión de su vida para Leire. Una cosa es trabajar en un avión y otra muy distinta dormir sin red de protección. Esperaba no sufrir ninguna noche agitada. Más temible y posible, la eventualidad de olvidarse de la escalera al oír quejarse o pedir agua a alguno de los niños en mitad de la noche.
De todas formas estaba haciendo maravillas con la decoración. Ahora que iba a trabajar de auxiliar de vuelo en Med Seas se lo podía permitir. ¡Qué suerte que el director Renard la hubiera querido contratar con 34 tacos y dos retoños de 6 y 4 años, respectivamente. Eso era algo que no estaba nada de moda. La verdad es que el gigante Albatros era muchísimo más espacioso que su micro piso.
Leire empezaba una vida completamente distinta. A punto de despegue.
[i} “The Seven Years Itch”, traducida como “La tentación vive arriba”, dirigida por Billy Wilder.
En total treinta metros cuadrados tan solo pero al menos era nuevo y significaba alejarse de las ya agotadoras discusiones con Arnau, su ex. No podría evitar el tema de la manutención de los niños cuyo pago él siempre trataba de rebajar y retrasar con la excusa de que su trabajo actual no era tan bueno ni cobraba tanto como en el anterior, pero al menos habían zanjado por fin el tema del piso que habían comprado al casarse hacía ya siete años. ¿Sería verdad aquello de la crisis después de ese tiempo, tal como proponía la película[i] de la mítica Marlyn Monroe a la que Arnau reverenciaba al punto de tener su antiguo hogar decorado nada menos que con siete pósters enormes? No exactamente. La crisis, llamada Soraya, había comenzado hacía tiempo. Mínimo tres años.
Gracias a Dios él se había quedado con su museo. Lástima que también lo hubiera hecho con el piso. Pero ya estaba harta de sus presiones; eso no era vida.
Este piso era suyo. Bueno, no exactamente, todavía le quedaba toda una señora hipoteca a pagar durante treinta largos años, tantos como el espacio disponible del piso. Si las matemáticas no mienten, le salía a metro por año.
Al menos tenía algo de sol y mucha luz y las vistas no eran exactamente horrorosas. La pared del patio de ocho metros donde Aina y Daniel podrían jugar no era tan alta que tapara toda vista y los balcones de los dos pisos de delante, los entresuelos, tenían bastantes plantas, hasta macetones con flores, o sea que no todo era cemento, ladrillos y metal.
Estaba tratando de acomodar los cinco contenedores de basuras para reciclar en el espacio de la cocinita tipo americana, una pared de dos metros y medio más una barra de metro y medio, con un pasillo de sesenta centímetros entre uno y otro. Justo el espacio para encajar el refrigerador. ¡Caramba! Debía cuidar su línea o no podría girarse ni meter el pollo en el horno. O los canelones. Que no cunda el pánico; de momento no había ninguna razón para preocuparse por su espléndida figura.
Un baño de tres metros cuadrados monísimo. Le recordaba el aseo de la auto caravana de su prima Elisa.
Había puesto una estantería, la de los libros como separador de la habitación de los niños. Bueno, el espacio de la doble litera donde iban a dormir. Y su cama quedaba a casi medio metro del techo, encima del sofá y del despachito con el ordenador.
A Daniel, con sus 4 años, le hacía mucha gracia que mami tuviera que subirse a una escalera como Aina para llegar a su cama. Se había empeñado en querer dormir también él allí arriba pero al final le había convencido para que se quedara a ras de suelo. Se acordaba bien de una caída desde la escalera del tobogán que había acabado con una visita a urgencias del hospital y siete puntos. Eso no le gustaba nada.
Tampoco dormir a más de dos metros del suelo era la ilusión de su vida para Leire. Una cosa es trabajar en un avión y otra muy distinta dormir sin red de protección. Esperaba no sufrir ninguna noche agitada. Más temible y posible, la eventualidad de olvidarse de la escalera al oír quejarse o pedir agua a alguno de los niños en mitad de la noche.
De todas formas estaba haciendo maravillas con la decoración. Ahora que iba a trabajar de auxiliar de vuelo en Med Seas se lo podía permitir. ¡Qué suerte que el director Renard la hubiera querido contratar con 34 tacos y dos retoños de 6 y 4 años, respectivamente. Eso era algo que no estaba nada de moda. La verdad es que el gigante Albatros era muchísimo más espacioso que su micro piso.
Leire empezaba una vida completamente distinta. A punto de despegue.
[i} “The Seven Years Itch”, traducida como “La tentación vive arriba”, dirigida por Billy Wilder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario