domingo, 12 de diciembre de 2010

SOFÍA

A Sofía le había gustado Andreu Renard. Todo un caballero de los que ya no quedaban muchos. A su hijo Marc, a pesar de su juventud, se le veía un profesional de la cabeza a los pies. Y las referencias de la familia como empresarios, algo que ya había investigado, eran impecables.Bien, la suerte ya estaba echada, ya no iba a volver a Michigan. Con una España todavía tan sumergida en la crisis, sin que hubiera esperanzas de conseguir un trabajo serio de su especialidad, bien pagado, lo más lógico hasta ese momento resultaba regresar a Estados Unidos pero, ¿destino o casualidad?, cuando ya se estaba haciendo a la idea de regresar se había tropezado con esta nueva empresa que le ofrecía un puesto adecuado y un contrato más que correcto.
Sintió una punzada. Había sido muy feliz allí, sobre todo en la tranquila Ann Arbor; añoraría todo aquello. A algunos les sorprendía, entre ellos a su prima Berta, la alocada, que se hubiera enamorado del estado de los Grandes Lagos. Siempre que se encontrab
an empezaba a interrogarla sobre los novios y amantes que había dejado allí con toda seguridad, según Berta, claro. Parecía que era totalmente incapaz de concebir cómo podía gustarle un sitio donde hacía tanto frío, con unas máximas en verano sobre los 22 grados y con tanta nieve que duraba hasta bien entrada la primavera. ¡Si al menos prefiriera Chicago, una urbe cosmopolita, llena de rascacielos!
A Laura, en cambio, no le extrañaba nada. Al revés, se sentía fascinada y no paraba de preguntarle, quizás para poder ambientar su
próxima novela de misterio y asesinatos más o menos enrevesados. Las fotos del faro, tan solitarias, parecían producirle un estado de euforia. Laura era así; no en vano la llamaban desde su primer gran éxito a los 19 años, la Dama del Crimen española. Y en Michigan había muchos elementos interesantes, grandes extensiones de agua, frío, nieve, misterio, grandes bosques, antigua cultura nativa americana, ¡la repera!
Era bueno volver a estar con su tía Anna y las cuatrillizas, tan exactas físicamente y tan distintas de carácter. La pequeña Diana, un apelativo que resultaba cómico aplicado a la cuatrilliza que hizo su aparición en este mundo en último lugar pero al que toda la familia recurría, parecía sentir muchas tentaciones de tomar el relevo y marchar a Estados Unidos con un grupo de estudio, cosa que a tía Anna la sacaba de quicio. Pero no era nada nuevo, sólo cuestión de tiempo. Le gustaba demasiado el trabajo de campo, investigar al aire libre, en pleno contacto con el mar, y el empleo en el Acuario de Barcelona estaba claro que no le llenaba.
Volvió a pensar en su nuevo trabajo en Med Seas. Quizás no fuera a durar demasiado. Empresa nueva, un solo avión de alquiler aunque eso sí, de lo mejorcito… Si fuera por el otro socio, por Svensson, Sofía no apostaría nada por la supervivencia de la compañía. Éste sí que le había parecido un cantamañanas. Extrovertido, entusiasta, no había duda de que había puesto el corazón en el proyecto y en ese
precioso pájaro de acero pero parecía flotar a varios palmos sobre el suelo. El hombre, no el avión que estaba a buen recaudo en su hangar de Girona. Todo él parecía pura imaginación e, indudablemente, pasión, eso seguro, pero llevar el control de gastos, la administración, eso sí que no. Posiblemente, podría ser un relaciones públicas magnífico. Quizás. Tampoco seguro. Cuando les habían presentado, le había estrechado la mano con fuerza, le había lanzado una mirada rápida pero completa y enseguida se había volcado en su tema favorito: el Albatros. Sofía estaba segura de que el jet era como el juguete de aquel extraño vikingo de cabello negro y tez más mediterránea que escandinava.
Sonrió. Seguro que Laura podría encontrarle muy interesante.

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